domingo, 13 de marzo de 2011

POSITIVISMO LÓGICO O NEOPOSITIVISMO


Enlazando de algún modo con algunos de los postulados básicos del positivismo de Comte (véase), así como del empirismo británico (véase), a principios del siglo XX surge, sobre todo en Gran Bretaña, por obra de Moore y Russell, y de forma culminante con Wittgenstein (1889-1951), la “filosofía analítica” o “movimiento analítico”, que después se extendió en diversas escuelas y grupos, sobre todo por el mundo anglosajón, constituyendo una de las corrientes dominantes del pensamiento contemporáneo.

Como su nombre indica, la “filosofía analítica” hace del análisis su método de investigación por excelencia, enfocándolo ante todo al campo del lenguaje, pues en el seno de este movimiento no son pocos los que sostienen que gran parte de los problemas filosóficos consisten en y se solucionan por un adecuado tratamiento analítico del lenguaje. La filosofía, más que los hechos, de los que nos informa suficientemente el sentido común y cuya naturaleza estudian las ciencias, debe simplemente clarificar el lenguaje y detectar sus posibles defectos. La tarea del filósofo ha de ser, pues, de carácter lingüístico y lógico. La filosofía analítica se caracteriza, por tanto, como un análisis de las estructuras lógicas del pensamiento y del lenguaje.

La continuación directa de estas tesis llevan al Neopositivismo o Positivismo lógico: una de cuyas figuras centrales es R. Carnap: desde los principios del “Tractatus logico-philosophicus” de Wittgenstein, proponen una filosofía “científica”, basada en hechos, afirman las ciencias experimentales y niegan la metafísica, que no es ciencia y carece de interés. La filosofía ha de limitarse al análisis de los métodos y resultados de las ciencias. En otras palabras, el positivismo lógico postula un empirismo antimetafísico tendente al análisis lógico y lingüístico de las proposiciones del lenguaje común y científico.

Lo esencial del positivismo lógico se resume, pues, en:

1. No hay más que dos clases de proposiciones que tengan significado: las analíticas (propias de las matemáticas y la lógica) y las sintéticas (propias de las ciencias naturales). El resto de proposiciones carece de significado cognoscitivo.

2. Del primer punto se deriva que las proposiciones filosóficas (sobre todo las referentes a la metafísica) carecen de sentido. Crítica a la metafísica.

3. La "verificación" como criterio de demarcación entre lo que es ciencia y lo que no lo es

4. El deseo de unificación de la ciencia mediante la utilización de un único método (la inducción) y un único lenguaje (el lenguaje observacional).

5. El papel de la filosofía queda reducido a filosofía de la ciencia.

El positivismo lógico se consolida como escuela independiente con el Círculo de Viena y el Círculo
de Berlín por los años 1920-30. Su objetivo fundamental es establecer los fundamentos del conocimiento científico mediante la obtención de un lenguaje lógico o ideal unificado. Se acentúa el rechazo de la metafísica y de cualquier otro conocimiento que pretenda superar los datos de la ciencia. La filosofía consistirá en una lógica del conocimiento científico. Sus representantes principales son M. Schlick, F. Waismann, R. Carnap, O. Neurath, H. Han, H. Reichenbach y C. Hempel.

Posteriormente, sobre todo de 1950 hasta nuestros días, y a raíz de las ideas expuestas por el “Segundo Wittgenstein” en su obra “Investigaciones Filosóficas”, el movimiento se desarrolla en dos vertientes principales: la Escuela de Oxford, cuyos representantes principales son G. Ryle, P. F. Strawson y S. L. Austin, y la Escuela de Cambridge, con J. Wisdom, Malcolm, Waismann y G. A. Paul.

A medida que el positivismo lógico va alcanzando madurez, surgen algunas revisiones, encabezadas por K. Popper (1902-1994), que pretenden sentar las bases de una renovación de la filosofía y la historia de la ciencia. Tres representantes de esta nueva filosofía de la ciencia son T. S. Kuhn (1922-1996), Lakatos (1922-1974) y P.K. Feyerabend (2924-1994).


Adriana Trujillo
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CITAS CÉLEBRES DE FILÓSOFOS INGLESES


Francis Bacon

No hay tanta diferencia entre el consejo que da a un amigo, y que un hombre se da, ya que existe entre el consejo de un amigo y de un adulador. Porque no hay adulador como es un hombre libre.

Prefiero creer todas las fábulas de la Leyenda, y el Talmud, y el Alcorán, que este marco universal es, sin mente.

Algunos libros son para ser degustados, otros a ser tragados, y unos pocos para ser masticados y digeridos.

Si un hombre comienza con certezas, terminará con dudas, pero si se contentará con empezar con dudas, él terminará en certezas.

No creo que cualquier hombre teme estar muerto, pero sólo el golpe de la muerte.

Es tan natural morir como nacer, y para un niño pequeño, tal vez, el uno es tan doloroso como el otro.

Son descubridores enfermos que piensan que no hay tierra cuando ven nada más que mar.

La discreción del habla es más que la elocuencia, y hablar agradablemente con él con quien tratamos es más que hablar de buenas palabras, o en buen estado.

El que tiene esposa e hijos ha dado rehenes a la fortuna, porque son los obstáculos a las grandes empresas, ya sea de la virtud o maldad.

Es la oficina central de la historia para representar a los acontecimientos mismos, junto con los consejos, y dejar las observaciones y conclusiones con eso de la libertad y la facultad del juicio de cada uno.

Historias que los hombres sabios, poetas ingeniosa; las matemáticas sutiles; naturales filosofía profunda; moral grave, la lógica y la retórica capaz de luchar.

Si no mantenemos la Justicia, la Justicia no nos va a mantener.

Para una multitud no es la empresa, y son caras, pero una galería de fotos, y hablar, pero un címbalo que retiñe, donde no hay amor.

Ciertamente, las mejores obras, y de mayor mérito para el público, han procedido de los hombres solteros o sin hijos.

El dinero es como el estiércol, no es bueno a menos que se reparta.

Los hombres de edad objeto demasiado, consulte con demasiado tiempo, la aventura demasiado poco, demasiado pronto se arrepienten, y rara vez se lleve a su casa de negocios para todo el período, pero se contentan con una mediocridad de éxito.

Estamos muy agradecidos a Maquiavelo y otros, que escriben lo que hacen los hombres, y no lo que deben hacer.

Es tan fuerte y grave una cosa es ser un verdadero político que sea verdaderamente moral.

Thomas Hobbes

El ocio es la madre de la filosofía.

El elogio de los autores antiguos no procede de la reverencia de los muertos, sino de la envidia y la competencia mutua de los vivos.

El Papado no es otro que el fantasma del difunto Imperio Romano, sentado sobre la tumba coronada de la misma.

El que se adoptan y ponen en prisión o cadenas no se conquista, a pesar de superar, porque sigue siendo un enemigo.

La ciencia es el conocimiento de las consecuencias, y la dependencia de un hecho a otro.

Los pensamientos secretos de un hombre atropellado todas las cosas, santo y profano, limpio, obsceno, grave, y la luz, sin vergüenza ni culpa.

Esta verdad, que se opone beneficio de nadie, ni el placer, es la bienvenida a todos los hombres.
Es un extraño deseo, a buscar el poder, y perder la libertad, o para buscar el poder sobre los demás, y perder el poder sobre un hombre libre.

Leer no contradecir y refutar, ni creemos y damos por sentado, ni hablar de encontrar y el discurso, pero que sopesar y considerar.

La venganza es una especie de justicia salvaje, que la naturaleza más de un hombre que corre, mayor debe ley para eliminar a cabo.

Todo aquel que se complace en la soledad es o una bestia salvaje o un dios.

No hay nada que hace a un hombre sospechoso mucho, más que saben muy poco.

La lectura hace al hombre completo; conferencia de un hombre listo, y escribir un hombre exacto.

Las esposas son amantes de los hombres jóvenes, compañeros de la mediana edad, y las enfermeras de los viejos.

John Locke

La valla solo contra el mundo es un profundo conocimiento de la misma.

La libertad de los hombres bajo el gobierno es tener una norma permanente para vivir, común a todos y cada uno de los que la sociedad, y hecha por el poder legislativo reside en que, una libertad de seguir mi propia voluntad en todas las cosas, cuando la norma no prescribe, y no estar sujeto a la inconstante, se desconoce, arbitraria de otro hombre.

Una mente sana en un cuerpo sano, es una descripción breve, pero lleno de un estado feliz en este mundo: el que tiene estos dos, tiene poco más que desear, y el que quiere una de ellas, será poco el mejor para cualquier otra cosa.

Nueva opiniones son siempre sospechosos, y se opuso por lo general, sin ninguna otra razón sino porque no son ya comunes.

Adriana Trujillo
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LA FILOSOFÍA ANALÍTICA DE LA MENTE


La filosofía analítica surge a comienzos de siglo en la revuelta de Cambridge, liderada por Moore y Russell, contra el Idealismo Absoluto. Su forma inicial era un incontrolado platonismo pluralista, en oposición al monismo idealista de Bradley y sus seguidores. En muchos aspectos reflejaba tendencias parecidas a las europeas, en el realismo de Frege, Meinong y el Husserl medio. Los filósofos europeos y de Cambridge distinguían tajantemente entre ciencia y filosofía.

La filosofía, sostenían todos, tiene que ver con las investigaciones conceptuales que preceden y son presupuestas por las ciencias empíricas. Las investigaciones filosóficas no eran indagaciones menos cognoscitivas que las científicas, pero tenían un objeto de estudio distinto, a priori: la naturaleza de los conceptos y los contenidos de los juicios. A pesar de esta base común, el camino europeo y el británico divergían. La fenomenología se desarrolló en Austria y Alemania. La filosofía analítica se incubó en Cambridge y se extendió, en los años de entre guerras, a Austria, Alemania, los países escandinavos, y, posteriormente, a los Estados Unidos. Se convirtió en el movimiento filosófico más importante del siglo. Pueden distinguirse diferentes fases en su evolución.



El platonismo inicial de Moore y Russell dejó paso al atomismo lógico del Russell medio y del joven Wittgenstein. Este a su vez condujo a dos desarrollos distintos, ambos inspirados por el Tractatus de Wittgenstein. El primero fiíe la escuela de análisis de Cambridge de entre guerras. El segundo fiíe el positivismo lógico que nació en el Círculo de Viena. Este se vio truncado con el ascenso del nazismo, aunque muchos de sus miembros emigraron a Estados Unidos, donde tuvieron gran influencia. La escuela de análisis de Cambridge se transformó con la vuelta de Wittgenstein a la filosofía en 1929 y con la gestación de su última filosofía.

Esta fue la más importante, aunque no la única influencia sobre el último estadio en el desarrollo de la filosofía analítica que se originó en Oxford en 1945 bajo el auspicio de Ryle y Austin, y dominó la filosofía en habla inglesa durante el siguiente cuarto de siglo.

La unidad de la filosofía analítica es histórica: una unidad constituida por intereses diferentes pero compartidos, por métodos y doctrinas característicos de las 139 sucesivas fases de la disciplina. No hay un aspecto singular o un conjunto de características que puedan aducirse satisfactoria o iluminadoramente para definir la filosofía analítica en términos necesarios y suficientes. La idea de análisis es, con toda seguridad, una línea de continuidad, pero lo que el joven Moore y Russell entendieron por «análisis» difiere de lo que entendían los positivistas y, esto, a la vez, difiere del análisis conceptual o conectivo característico de la filosofía analítica de Oxford. El «giro lingüístico» y la consiguiente preocupación por el análisis lingüístico caracterizan la filosofía analítica posterior a 1920, aunque no a Moore ni al Russell primero e intermedio. Pero lo que los analistas de Cambridge, los positivistas lógicos y los analistas conceptuales de Oxford entendían por «análisis lingüístico» difería en gran medida. El uso de las herramientas analíticas del cálculo lógico de los Principia y una preocupación por la naturaleza del cálculo lógico y su relación con el lenguaje es característico del atomismo lógico, de la escuela de análisis de Cambridge y del posirvismo lógico, pero no, en general, de la filosofía analítica de Oxford.

Donde hay una línea de continuidad fundamental, que va desde los años veinte con la publicación
del Tractatus hasta el declive del movimiento analítico, es en la concepción de la filosofía. La filosofía se entendía como una investigación a priori, radicalmente distinta de la ciencia. Pero al contrario que los primeros realistas analíticos, los filósofos analíticos generalmente negaron que la filosofía tuviera un objeto de estudio propio. La filosofía no es una disciplina cognoscitiva cuya tarea es construir teorías acerca de un objeto de estudio al modo científico y así contribuir al conocimiento humano. La filosofía tiene más bien que ver con el entendimiento, con la aclaración conceptual y con la resolución de cuestiones filosóficas conceptuales. Su tarea se ha descrito de varios modos: aclarar la sintaxis lógica del lenguaje y disolver pseudo-problemas metafísicos (Carnap), proporcionar una visión sinóptica de una parte de la gramática de nuestro lenguaje que provoca confiísión conceptual (Wittgenstein), trazar la geografía lógica (Ryle) u ofrecer un análisis conectivo (Strawson) de nuestros conceptos para resolver así cuestiones filosóficas.

Después de los años setenta la filosofía analítica perdió vigencia. Esta concepción de la filosofía fiíe paulatinamente abandonada, en parte debido a la influencia de Quine. Los límites entre filosofi'a y ciencia se erosionaron, el objetivo del análisis conectivo y los métodos del análisis lingüístico se abandonaron, la construcción de teorías sustituyó a la descripción de conexiones conceptuales, y la aparición de la ciencia cognitiva vino a dominar la filosofía analítica de la mente y a afectar e infectar la filosofía del lenguaje.

Adriana Trujillo
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LA TRADICIÓN INGLESA EN LA OBRA DE JORGE LUIS BORGES


En este artículo analizo las afinidades existentes entre la “tradición inglesa”, en sus expresiones filosóficas y literarias, y la obra de Borges, quien llegó a considerarse “escritor inglés en lengua española”. En la primera parte estudio la enorme simpatía filosófica y estética que Borges sentía por el pragmatismo de William James. En la segunda parte trato de mostrar que dicha simpatía no se detenía en el autor de Pragmatism sino que se extendía a toda la “tradición inglesa”. Ciertamente, lo que podemos considerar las características generales de la tradición inglesa –escepticismo, nominalismo, antisistematismo, librepensamiento y un determinado sentido del humor-, forman un temperamento filosófico-literario enormemente afín al que constatamos en la obra de Jorge Luis Borges. En la tercera y última parte analizo cómo dicho “espíritu” filosófico no forma parte de una supuesta idiosincrasia nacional, concebida en términos esencialistas, sino de un determinado proceso histórico que hizo que permitió que en Inglaterra perdurasen ciertos valores del humanismo mientras que en el resto de Europa el racionalismo arramblaba con ellos. De este modo, tanto el temperamento filosófico de Borges como el de la tradición inglesa se remiten a una tradición humanística que supuso, a su vez, en el siglo XVI, el renacimiento de una milenaria tradición escéptica que había sido arrinconada por el dogmatismo de la era medieval.

1.- BORGES Y WILLIAM JAMES
El filósofo norteamericano William James (1842-1910) fue, junto a Peirce, el fundador de la escuela filosófica pragmática o pragmatista, que tanta influencia ejerció sobre Jorge Guillermo Borges, padre de Jorge Luis Borges. El autor de Ficciones solía comentar que su padre tenía, como lector, dos intereses: “los libros de metafísica y los de psicología; leía a Berkeley, a Hume, a William James y luego a los autores que trataban de civilizaciones orientales.”[1] Por su parte, Adriano del Valle recuerda a Jorge Guillermo Borges hablando “de sus especulaciones filosóficas sobre pragmatismo y lógica matemática.”[2] Cabe añadir que el autor de La voluntad de creer mantuvo también correspondencia con Macedonio Fernández, del que Borges dirá “que no sufrió de otros imitadores que yo.”[3]

Teniendo en cuenta el enorme influjo que William James ejerció en dos de las personas de las que Borges heredó gran parte de sus intereses y perspectivas, así como la enorme relación existente entre la filosofía pragmatista y el escepticismo, me parece justificado analizar las relaciones entre el pensamiento de ambos autores.
Dice el autor de El Aleph, citando a Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), en “De las alegorías a las novelas”, que “todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos.”[4] Cuatro años antes Borges había iniciado su “Nota preliminar”[5] a la edición española de Pragmatismo[6] de William James, con esta misma cita. Para Zulma Mateos la división de Coleridge distingue entre nominalistas y realistas, es decir, entre aquellos que afirman la primacía o única existencia de lo individual, lo particular, y aquellos que afirman la primacía o única existencia de lo universal, lo general: “La división se justifica porque el tema es uno de los centrales de la filosofía y estar parado en una u otra concepción significa haberse definido prácticamente en casi todos los ámbitos de esta disciplina.”[7]

Lo cierto es que, en la primera de las cinco conferencias recogidas en Pragmatismo, James propone una distinción muy similar a la de Coleridge, en virtud de la cual los filósofos se dividen en espíritus rudos y espíritus delicados. Los primeros son empiristas, sensualistas, materialistas, pesimistas, irregiliosos, fatalistas, pluralistas y escépticos; los segundos son racionalistas, idealistas, intelectualistas, optimistas, religiosos, indeterministas, monistas y dogmáticos[8].

A primera vista, esta división, que desborda la distinción de Mateos entre nominalistas y realistas, parece un tanto arbitraria porque hay escépticos no materialistas –los budistas son idealistas-, escépticos no irreligiosos –Montaigne es fideísta- y escépticos no deterministas –el existencialismo se funda en el libre albedrío-. La contradicción desaparece cuando notamos que dicha división no tiene en cuenta el contenido de las doctrinas en cuestión sino lo que William James llamó temperamentos y Borges “maneras de intuir la realidad.”[9]

Asimismo, el hecho de que el subtítulo de Pragmatismo sea “Un nuevo nombre para algunas viejas maneras de pensar” coincide plenamente con el hecho de que, para Borges, todos los filósofos parecen pertenecer a uno u otro grupo: “A través de las latitudes y de las épocas, los dos antagonistas inmortales cambian de dialecto y de nombre: uno es Parménides, Platón, Spinoza, Kant, Francis Bradley; el otro, Heráclito, Aristóteles, Locke, Hume, William James.”[10]

En el fondo de estas afirmaciones podemos constatar una preeminencia de lo psicológico sobre lo lógico. Esta preeminencia sólo puede surgir de la profunda convicción de que la fuerza de la razón es limitada. Lo que nos hace sospechar que, frente a estas dos intuiciones de la realidad, que Coleridge, James y Borges proponen, hay una tercera posición, de raíz escéptica, que trata de distanciarse de las dos primeras. James afirma que la mayoría de los hombres aspira a las buenas cosas de uno y otro lado, de ahí que el pragmatismo se presente como “un sistema que combine ambas cosas.”[11]

Por esta razón considero que, aunque Borges finalice la enumeración de los aristotélicos con el nombre del autor de Pragmatismo, lo cierto es que el mismo James se desmarca de dicha filiación temperamental, siendo su sistema, como su nombre indica, pragmático. Una respuesta constructiva, mitigadora, de un escepticismo esencial para el que todas las verdades no son más que “construcciones verbales que se almacenan y se hallan disponibles para todos”[12], idea que parece compartir Borges al afirmar que “es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra cosa no son las filosofías) pueda parecerse al universo.”[13]

No deberíamos precipitarnos, pues, en emparentar a James y a Borges con el espíritu rudo o el delicado sino con un tercer espíritu que, después de conocido el subtítulo de Pragmatismo, no puede ser considerado creación personal de James sino eslabón de una tradición milenaria que bautizaremos provisionalmente con el nombre de escéptica. Borges sugiere esta tríada de temperamentos o espíritus en el cierre mismo de la “Nota preliminar” a Pragmatismo: “El universo de los materialistas sugiere una infinita fábrica insomne; el de los hegelianos, un laberinto circular de vanos espejos, cárcel de una persona que cree ser muchas, o de muchas que creen ser una; el de James, un río. El incesante e irrecuperable río de Heráclito.”[14]
En esta cita los “materialistas” son los “aristotélicos” de Coleridge o los “espíritus rudos” de James, los “hegelianos” son los “platónicos” del primero o los “espíritus delicados” del segundo y la tercera opción es la del “espíritu escéptico”, que no trata de simplificar el universo y se resigna a no conocerlo. Esta tercera vía defiende “hipótesis tranquilas”[15], “soluciones medias”[16], no busca la simetría perfecta de los sistemas filosóficos, los epigramas o los relatos policiales sino que “más bien recuerda a la populosa novela o al multánime Shakespeare.”[17]
Borges apuesta por la tolerancia a la pluralidad, a la ambigüedad y su consiguiente falta de certeza. Claro está que la simpatía filosófica que Borges siente por la obra de James es el resultado de que el pragmatismo sea la sistematización de ese escepticismo mitigado que recorre toda la tradición inglesa y que responde a uno de esos tres espíritus o temperamentos que, a su vez, recorren toda la historia del pensamiento. No se trata, pues, de una simpatía personal sino espiritual, temperamental, de modo que no debemos detenernos en William James sino ir más allá.
Antes de pasar al siguiente apartado veré qué influencia tuvo en el quehacer literario de Borges el método pragmático. Es importante tener en cuenta que Borges elogia la “tercera vía” filosófica de James no por su superioridad estética sino ética: “Para un criterio estético, los universos de otras filosofías pueden ser superiores (el mismo James, en la cuarta conferencia de este volumen, habla de la “música del monismo”); éticamente, es superior el de William James.”[18]

El hecho de que Borges afirme que los universos resultantes de los sistemas “radicales” son estéticamente superiores al de William James es muy significativo porque, por un lado, nos permite sospechar que la relación que establece Borges entre filosofía y estética puede no ser gratuita y puede ser vindicada desde otro lugar que el del nihilismo esteticista y, por otro lado, nos indica que ese otro lugar, si bien no puede identificarse plenamente con el pragmatismo de James, sí puede ser desenhebrado a partir de él.

Para James el pragmatismo “no tiene dogmas ni doctrinas, excepto su método”[19], un método consistente en extraer las consecuencias últimas tanto de “las recetas racionalistas”[20] como de las del mecanicismo materialista. Vemos, pues, que el método pragmatista no es más que la extracción de inferencias de ciertas premisas abstractas hasta dar con un absurdo, es decir, hasta poner de manifiesto una carencia de acuerdo y nexo entre nuestras nociones, fijadas por simples palabras, y nuestro conocimiento real, derivado de la percepción. Apreciamos, pues, que en su momento gnoseológico el pragmatismo trata de deshacer ese “tejido de absurdas suposiciones”[21] utilizando la milenaria prueba indirecta o reductio ad absurdum que William James hereda de un Hume que desarrolló “hasta el fin la línea de pensamiento iniciada por Locke.”[22]

Borges parece tomar el relevo aceptando que toda función de la filosofía debería consistir en hallar qué diferencias existirían, en determinados instantes de nuestra vida, si fuera cierta esta o aquella fórmula acerca del mundo.[23] Teniendo esto en cuenta, podemos entender gran parte de la obra de Borges –tanto narrativa como ensayística- como la creación de esos universos imposibles que surgen de las recetas ya racionalistas ya materialistas. Borges colaboraría en un milenario trabajo colectivo de desbrozamiento filosófico que utiliza como principal herramienta la reducción al absurdo puesto que esos universos –resultado o conclusión de ciertas premisas- son distintos del nuestro, es decir, falsos, ya que la definición intuitiva de verdad es la correspondencia entre el contenido de una proposición y la realidad. Resulta que algunos de los relatos de Borges son argumentos, del mismo modo que ciertos argumentos filosóficos ya son cuentos o vectores de cuentos. Notemos cómo ya Schopenhauer afirmaba que el filósofo, “esclavo del principio de la razón suficiente, se ve forzado, en vez de lograr su objetivo, a narrar cuentos.”[24]

Dichos cuentos podrían ser denominados “demiúrgicos”, puesto que el autor crea un mundo. Jaime Alazraki afirma, a su vez, que cuentos como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “La casa de Asterión” son “metáforas epistemológicas”[25], ya que ilustran las posibilidades epistemológicas del hombre en relación con el mundo. Lo cierto es que el hombre acaba habitando el mundo que él mismo crea al investigar el mundo y así muchos de los relatos de Borges acaban mostrando a hombres viviendo en los mundos que ellos mismos han construido o heredado de su tradición. Tal es el Asterión, filósofo escéptico, tal y como afirma Alazraki[26], que vive en un laberinto, es decir, en un mundo concebido como un laberinto, como algo indescifrable; tales son los bibliotecarios de “La biblioteca de Babel”, filósofos dogmáticos que creen poder descifrar el universo que han concebido como un cosmos, es decir, como un todo ordenado. La unión de las tres interpretaciones –el cuento como refutación, como metáfora epistemológica y como narrativización de las cosmovisiones humanas- enriquece la obra de Borges.

Regresando a la relación de Borges con el método pragmático, no debería extrañarnos que Borges afirme que cierta filosofía es literatura fantástica ni debemos interpretar sus palabras como resultado de un nihilismo esteticista o como una boutade sino, más bien, como una adscripción a una tradición refutadora, a un “temperamento” o “espíritu escéptico”, que parece compartir con William James.

Para concluir este apartado recordemos que para Borges los platónicos son “Parménides, Platón, Anselmo, Leibnitz, Kant, Francis Bradley[27]” mientras que los aristotélicos son “Heráclito, Aristóteles, Roscelín, Locke, Hume, William James.[28]” Me parece muy significativo que los tres últimos de los aristotélicos sean ingleses –considero la filosofía norteamericana de finales del XIX y principios del XX como idéntica a la inglesa en espíritu y tradición- mientras que sólo el último de los platónicos lo sea. Creemos que este hecho no se debe ni a casualidades de la memoria ni a afinidades personales sino que corresponde a una realidad: la tradición filosófica inglesa es de espíritu escéptico. Podemos dar, tanto para Locke como para Hume, las mismas razones que más arriba dimos para suponer a William James y a Borges como pertenecientes a esa tercera posición filosófica o temperamental que dimos en llamar escéptica.

Creemos que bastará con decir que los más importantes filósofos ingleses, si bien han tenido un primer momento –no hablo tanto en términos cronológicos como lógicos- materialista, aristotélico, siempre acaban sus reflexiones con una palinodia final de talante escéptico. Éste es el caso de Locke cuando afirma que, aunque “Dios ha hecho algunas cosas a la plena luz del día[29]”, tanto en la ciencia de la naturaleza como en muchas otras cuestiones tenemos sólo “el crepúsculo de la probabilidad[30]”; y el caso de Hume quien tras diagnosticar las causas de su propio fracaso en el tercer volumen de su Treatise renuncia a todas sus pretensiones iniciales: “En cuanto a mí, me reservo el privilegio del escéptico y confieso que esta dificultad es demasiado grande para mi entendimiento.”

2.- LA TRADICIÓN INGLESA
Decíamos en el apartado anterior que la simpatía filosófica y estilística que Borges sentía por William James no se detenía en él sino que, a través de ella, veíamos una relación profunda entre Borges y la filosofía inglesa. James y Borges son dos puntos que nos sugieren una línea que se prolonga hasta Bacon, pasando por Occam, Francis Bacon, Locke, Berkeley y Hume. No deberíamos olvidar, sin embargo, que la tradición filosófica de un país no puede desgajarse de la tradición literaria sino que ambas se complementan y reverberan, de modo que muchos de los escritores ingleses y norteamericanos que Borges admiró compartían esa simpatía con un espíritu humanístico, escéptico, liberal que no fue en absoluto monopolio de los filósofos.

Borges no sólo recuerda con especial agrado “la biblioteca inglesa de su padre”[31] sino también el hecho de que en su juventud la mayor parte de sus lecturas privadas “las hacía en inglés.”[32] Durante su estancia en Suiza leyó, entre otros, a Thomas de Quincey, a Chesterton, a Stevenson, a Kipling y a Whitman. Dice Borges que la poesía le llegó “en inglés, a través de Shelley, Keats, Fitzgerald y Swinburne”[33] y llegará a afirmar que Inglaterra es “el más literario de los países.”[34]

La discusión de Marina Martín acerca de la mayor importancia de Hume o Berkeley sobre Borges –oponiéndose a la tendencia de Ana María Barrenechea, Martin Stabb y Ronald Christ que parecen concedérsela a Berkeley- no es relevante si una vez admitida “la familiaridad de Borges con la tradición filosófica británica”[35], admitimos también la existencia de un temperamento común a toda la tradición filosófica y literaria en lengua inglesa. No me parece acertado que Marina Martín hable de filosofía británica puesto que la filosofía irlandesa, escocesa o norteamericana pertenecen a esta misma tradición.

La tradición anglosajona, que contiene a William James, posee el espíritu o temperamento escéptico del que hablamos en el apartado anterior. Dicho escepticismo va íntimamente ligado a otras actitudes o características que también hallamos en Borges y que a continuación intentaré analizar.

a.- Actitud anti-metafísica
Los paralelismos de situación entre Borges y la tradición inglesa son abundantes. Del mismo modo que Bacon se encontró “con una escolástica ridiculizada y en plena decadencia”[36], Borges se encontrará, por un lado, con los rescoldos de esa misma tradición y, por el otro, con una metafísica moribunda que, después de los esfuerzos de Kant por instaurar una filosofía crítica y contenida, había intentado volver a alzar el vuelo de la filosofía especulativa.
La escolástica con la que se enfrentó Bacon creía, con Tomás de Aquino, que la filosofía era esclava de la teología -philosophia ancilla theologiae-, lo que significa que los primeros principios son dogmas intangibles, de modo que la filosofía no puede planteárselos de una forma radical puesto que, para pensar una tesis, incluso para demostrarla, hay que tener presente la antítesis, es decir, negar el dogma. Eso no era posible, con lo que el método filosófico que aplicaban a su estudio era una especie de entretenimiento mental, búsqueda de razones para algo que se consideraba previamente fuera de toda duda.

Este hecho debe hacernos pensar que ya en la época medieval la filosofía especulativa -no existía otra- fue vista si no como género fantástico, sí como mero “entretenimiento mental”[37], de modo que el uso esteticista que Borges hace de la filosofía especulativa no puede ser sólo el fruto de la débacle de la filosofía moderna ni de su consiguiente nihilismo, sino también, y más bien, la recuperación de una tradición filosófica pre-moderna y en estrecha relación con el escepticismo de la teología negativa.

Si los primeros principios son dogmas intangibles, la filosofía es superflua, esclava, puesto que no tiene la libertad de repensar, es decir, de dudar los fundamentos de la realidad. De ahí la importancia religiosa, léase también política, de introducir una duda real, poniendo así el dogma al alcance de la filosofía. Y es justamente en esta polémica donde “los espíritus más notablemente despiertos y divergentes que notamos en la escolástica son precisamente de origen inglés.”[38]
Vemos, pues, que, desde un principio, la filosofía inglesa se constituye como una reacción contra la especulación metafísica y teológica. Este punto de partida va a marcar toda su trayectoria y llegará hasta Borges quien, en una de las entrevistas concedidas a Osvaldo Ferrari, ridiculizará a Santo Tomás como muy bien pudieron hacerlo siglos antes Scoto, Occam o Bacon: “Sí (la Summa es laberíntica, confusa), y lo que es extraordinario es que esto no está hecho para ser laberíntico, sino para ser explicativo.”[39]

La reacción contra las oscuridades escolásticas y metafísicas hará que la tradición inglesa se manifieste contraria a un intelectualismo en el que todo parece previsto y ordenado. Ya Duns Scoto en el siglo XIV iniciará una tradición anti-intelectualista al introducir la voluntad como factor decisivo en toda operación mental. Esta tradición llegará hasta el temperamento de William James, pasando por Hume, quien afirmó que “la razón es esclava de las pasiones.” Esto nos indica que la importancia que la tradición anglosajona le confiere a lo irracional tiene también una explicación ideológica: la secular reacción de los pensadores ingleses contra el determinismo escolástico (Duns Scoto) o racionalista (David Hume) o positivista (William James). El objetivo es, pues, defender la libertad individual, otra de las obsesiones de la tradición inglesa que Borges heredará.

b.- Librepensamiento
La total libertad y autonomía de pensamiento regresa –desde la filosofía griega- con Hume y marca el inicio de una tradición librepensadora sin la cual no es posible comprender a Borges. Los freethinkers no quieren ser ni generadores de superestructuras ni apologetas ni esclavos de la inercia espiritual ni de la ley del menor esfuerzo mental. Es en este contexto que debemos comprender el elogio de Borges a Flaubert y a Swift por haber luchado contra el prejuicio y la estupidez: “Ambos odiaron con ferocidad minuciosa la estupidez humana; ambos documentaron ese odio, compilando a lo largo de los años frases triviales y opiniones idiotas.”[40]

Junto a este odio compartido contra el prejuicio, está el odio contra el pensamiento apologético, que Borges ridiculizará en su relato “Los teólogos”. Este odio por el prejuicio no es, claro está, monopolio de la tradición inglesa pero sí es cierto que ha sido uno de los rasgos más característicos e influyentes de dicha tradición. Recordemos, a modo de ejemplo, que es la defensa apasionada de la libertad de pensamiento realizada por Locke la que inspirará a los Ilustrados franceses y que el mismo Kant reconocerá que fue Hume quien lo despertó de su sueño dogmático.

Una filosofía sin compromiso exige determinadas condiciones políticas para poder ser realmente ejercida, condiciones que, a raíz de un turbulento siglo XVII, se dieron en Inglaterra mucho antes que en el resto de Europa. La libertad, sin embargo, es tanto una cuestión política como espiritual y es por eso que el hombre libre también necesita ciertas condiciones metafísicas. Importa constatar que los ingleses siempre estuvieron del lado de la libertad individual: Scoto y su preeminencia de la voluntad sobre la razón; Locke y su defensa de la libertad como ley básica que debe gobernar al hombre; Berkeley y su fundamentación metafísica del libre albedrío; Hume y su libertad hipotética; Stuart Mill y su derecho individual de protección contra dirigentes y gobernantes políticos; William James y su defensa pragmática del libre albedrío.
Cabe recordar que, en el nacimiento del liberalismo inglés, contribuyeron las luchas intelectuales y políticas que los puritanos se vieron obligados a sostener para lograr su reconocimiento y así aunque, en un principio, su finalidad era esencialmente religiosa, “al librar al hombre de las imposiciones en el orden íntimo espiritual, lo prepararon para extender esta modalidad a lo político y filosófico.”[41] Podríamos añadir que todo hereje, al menos en su primer momento, se ve obligado a defender la libertad de pensamiento y expresión, y que todo defensor de la libertad de pensamiento y expresión debe, a su vez, sentirse obligado a defender a todo hereje, quizás no en el contenido de sus afirmaciones, pero sí en su derecho a expresarlas.

Este hecho es una posible explicación de la simpatía que tanto Borges como la tradición inglesa sienten por los heterodoxos, los marginales y los periféricos, lo que puede comprobarse tanto en ensayos como “Una vindicación de la cábala”[42], “Una vindicación del Falso Basílides”[43], en relatos como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”[44], “Tres versiones de Judas”[45] como en su defensa de los judíos en una época de profundo antisemitismo y su interés por culturas no hegemónicas como la escandinava o budista.
No es aventurado afirmar que esta defensa o vindicación de la minoría tiene su contrapartida y complemento en un ataque o inquisición de las doctrinas mayoritarias que Borges llevará a cabo no sólo en la reducción al absurdo de grandes sistemas filosóficos que realiza en cuentos como “La biblioteca de Babel” o “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, sino también en los ensayos de Discusión, Historia de la eternidad y Otras inquisiciones. Parece que hay una cohesión articulada entre los diversos hábitos del pensamiento borgeano -vindicación de las ideas minoritarias, inquisición de las mayoritarias- y una relación de dichos hábitos con la defensa de la libertad de pensamiento y expresión heredados, en parte, de la tradición inglesa.

c.- Nominalismo
Borges cita frecuentemente a Guillermo de Occam, considerado como perteneciente a la tradición
inglesa a pesar de que todavía escribió en latín, considerado culminador del nominalismo medieval de Roscelino y Pedro Abelardo. Esta fidelidad referencial le ha valido a Borges ganarse el título de nominalista. Efectivamente, Jaime Rest afirma que Borges se adscribió a la tradición nominalista que va desde Aristóteles hasta el idealismo nominalista, pasando por el nominalismo medieval.[46] Zulma Mateos coincide con Rest al afirmar que si a una doctrina filosófica tradicional puede acercarse a Borges “es al nominalismo y en menor medida al idealismo de George Berkeley.”[47]
Deberíamos tener en cuenta, sin embargo, que el mismo Borges negaría su nominalismo con un argumento nominalista parecido al que utilizó para criticar el modo francés de hacer historia de la literatura inglesa y que consistía en afirmar que tanto la filosofía como la literatura inglesa “es menos un debate de escuelas que una vasta multitud de individuos.”[48] También puede esgrimirse contra la afirmación de Zulma Mateos el hecho de que el mismo Borges conceda una continuidad esencial entre Occam y Berkeley: “El nominalismo inglés del siglo XIV resurge en el escrupuloso idealismo inglés del siglo XVIII; la economía de la fórmula de Occam, entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, permite o prefigura el no menos taxativo esse est percipi.”[49]
Lo que nos interesa, sin embargo, es ver ese flujo continuo de ideas que, siguiendo el lecho de la tradición inglesa llega hasta Borges. La característica esencial del nominalismo inglés es un apego a lo individual que “le impide traficar en abstracciones, como los alemanes.”[50] Este impedimento influirá en la literatura en lengua inglesa desde muy temprana fecha. En “De la alegoría a las novelas” Borges verá en Geoffrey Chaucer el inicio del importantísimo cambio mental que supone, en literatura, “el pasaje de alegoría a novela, de especies a individuos, de realismo a nominalismo.”[51]
El inglés “rechaza lo genérico porque siente que lo individual es irreductible, inasimilable e impar.”[52] Este rechazo le impedirá al pensador de espíritu inglés comprender el poema Oda a un ruiseñor en el que Keats habla del ruiseñor genérico, haciendo abstracción de los ruiseñores particulares, en el más puro estilo platónico. Borges considera esa incomprensión no como una carencia sino como un don; recordemos cómo el autor de Ficciones afirma que al “inglés” “esa valiosa incomprensión le permite ser Locke[53], ser Berkeley y ser Hume.”[54] Borges, sin embargo, parece sentir una auténtica pasión por las ideas abstractas. Este hecho ha llevado a Juan Nuño a ver en Borges un tributario del platonismo[55]. Creo más acertada la opinión de Jaime Alazraki, que afirma que Borges ilumina en casi todos sus cuentos lo concreto con la perspectiva de lo genérico, confiriéndole así “una intensidad que no tiene como ente individual.”[56] Nuño inscribe a Borges en una doctrina filosófica dogmática siendo Borges, como él mismo afirma, escéptico; Alazraki ve cómo Borges utiliza la tendencia generalizadora de dicha doctrina para usos literarios: elevar a símbolo una anécdota o personaje logrando de este modo “una intensidad desacostumbrada”[57]. Sin embargo, Borges no quiere que lo individual se deshaga en símbolo porque “el arte, siempre, opta por lo individual, lo concreto; el arte no es platónico.”[58]
No deberíamos ver como un anacronismo el interés de Borges por el nominalismo puesto que, para el mismo Borges, Wells es “buen heredero de los nominalistas británicos”[59] -juicio que repetirá al hablar de Aldous Huxley[60]-. En la actualidad el problema no se trata en los mismos términos medievales de Occam sino en los de Bertrand Russell o el segundo Wittgenstein. Hay, sin embargo, un nexo común y es la crisis de confianza en la capacidad de representación del lenguaje, tema esencial en la obra de Jorge Luis Borges.
En Ficciones de una crisis, Cuesta Abad ve en dicha crisis la causa de que la poética de Borges sea “neobarroca”. Este término implica para Cuesta Abad un repliegue reflexivo del lenguaje sobre sí mismo, un “ensimismamiento del texto dentro del flujo constante de la textualidad literaria.”[61] Efectivamente, cuando el filósofo o el escritor pierde la confianza en su capacidad para describir el mundo, se ve obligado a tomar como objeto de su discurso su propia tradición o la invención de nuevos mundos. Asimismo, Jaime Alazraki afirma que la tendencia a estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético, que Borges expresa en el “Epílogo” a Otras inquisiciones, es el síntoma de que “las limitaciones cognoscitivas han hecho del hombre no un descubridor, sino un inventor; no un percibidor de realidades, sino un creador de mitos.”[62]

d.- Anti-sistematismo
La filosofía anglosajona se desmarca de la filosofía moderna –francesa y alemana- en su resistencia a elaborar sistemas. Como la tradición moderna, no podía renunciar a filósofos tan importantes como Locke, Berkeley y Hume, los historiadores los han modernizado, es decir, adaptado, traducido, traicionado, a la tradición moderna. Recordemos cómo W. R. Sorley acusa a los historiadores “modernos” de la filosofía de no respetar el espíritu de los filósofos ingleses “cuando a la fuerza sistematizan las ideas de los demás y las describen mediante algún término general.”[63]

Lo cierto es que la mayoría de los grandes pensadores ingleses se caracterizan por la vastedad de sus intereses y no tuvieron un concepto estrecho, o rígidamente profesional, de los límites de la filosofía.[64] Borges es consciente de este espíritu antisistemático –en estrecha relación con el nominalismo (cfr. 2.2.3) así como con la reacción contra la metafísica (cfr. 2.2.1)- y lo opone a la filosofía alemana, sistemática, constructora de enormes edificios dialécticos en los que “la buena simetría de los sistemas constituye su afán, no su eventual correspondencia con el universo impuro y desordenado.”[65]

La filosofía inglesa no buscará simplificar el universo sino recorrerlo en inevitable desorden. De esta actitud se seguirá una variedad de intereses que Borges aprecia y practica.

e.- Legibilidad
Otra de las características más apreciadas por Borges de la tradición inglesa es la legibilidad, la accesibilidad, de sus textos. Recordemos cómo Borges elogia en la Nota preliminar a Pragmatismo de William James no sólo su tolerancia hacia lo múltiple y lo no sistemático sino también su legibilidad (“...mucho más legible [que los hegelianos Bradley y Royce].”[66]) y su calidad literaria (“James fue un escritor admirable”[67]). Hablará también de las “muy legibles páginas”[68] de H. G. Wells. Al recordar a su predecesor al frente de la Biblioteca Nacional, elogiará la virtud de la legibilidad con la tradición inglesa: “la continua legibilidad de Groussac, la condición que se llama readableness en inglés.”[69] Asimismo, en una de sus reseñas publicadas en la revista “El Hogar”, Borges habló de la “excelencia del oral style o estilo conversado de los prosistas de habla inglesa.”[70]

Borges tiene fama de escritor difícil, pero lo cierto es que si bien su lectura puede ser laboriosa, nunca será oscura –Alazraki llegará a hablar de “voluntad de “anti-estilo””[71]-. La economía de la prosa borgeana no llega a ser conceptista. Toda dificultad proviene de la profundidad de la idea, no de la insuficiencia de su expresión, así como toda facilidad en la lectura no implica simplicidad de lo representado sino la existencia de un límite en lo mentalmente representable.
Este prurito de claridad no proviene únicamente de la tradición inglesa sino que es también fruto de la reacción que, según Alazraki[72], Borges encabezó en Hispanoamérica contra la estética del modernismo y que le hizo excluir de sus obras completas los “olvidables y olvidados” Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos.

f.- Humor
Si bien es cierto que el humor no es patrimonio de ninguna cultura, nadie puede negar que cada cultura parece presentar ciertas particularidades. Resulta lógico afirmar que si Borges recibió una influencia estructural de la filosofía y la literatura inglesa, también la recibiese a la hora de conformar su tono humorístico. El autor de “La esfera de Pascal” afirma que “Inglaterra es la patria del understatement, de la reticencia bien educada”[73] así como de los epigramas de de Quincey, Shaw o Wilde y en “El arte de injuriar” constatamos que la mayoría de sus estrategias denigrativas son oblicuas, indirectas, irónicas, apenas perceptibles[74]. Como indica René de Costa dichas características son típicas del humor inglés. Si recordamos las técnicas descritas en “El arte de injuriar” veremos que la mayoría no corresponden ni al humor escatológico mediterránea ni al ingenio francés ni siquiera a la “ruptura de sistema” común a todos los chistes sino más bien a las finas ironías de sociedad propias de Wilde:

1.- “El título señor, de omisión imprudente o irregular en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo estampan.”[75];
2.- usar verbos burocráticos para hablar de obras literarias: “despachar, dar curso, expender”[76] un soneto o un libro;
3.-“la inversión incondicional de los términos”[77];
4.- “las exageraciones burlescas, las falsas caridades, las concesiones traicioneras y el paciente desdén”[78];
5.- “reírse de los pocos interesados que puede congregar un escrito y de su pausada elaboración.”[79].

Es tan innegable como poco estudiado el componente humorístico en la obra de Borges. Confirma René de Costa que el lado humorístico de Borges recorre toda su obra “sin que por el momento la crítica le haya prestado mucha atención”[80] y nos ofrece en 1999 una monografía sobre El humor en Borges en la que se describen los métodos y sujetos contra los que se ejerce dicho humor, pero no se habla de las influencias que Borges pudo haber recibido a la hora de formar su idiosincrasia humorística.

Si bien es cierto que el humor de Borges recibirá también otras influencias –él mismo hablará de “la sonriente mística de Macedonio Fernández”[81] y de Costa insistirá en la familiaridad humorística de Borges y Kafka[82]-, el tono es típicamente inglés y está, como veremos más adelante, en íntima relación con el escepticismo que recorre su tradición filosófica y literaria.

3.- LA TRADICIÓN INGLESA Y EL HUMANISMO
Las características señaladas forman un sistema temperamental común a la gran mayoría de los filósofos y literatos en lengua inglesa así como a un Borges que parece ser un pensador inglés en lengua española. Sin embargo, dicho espíritu escéptico –asistemático, librepensador, misceláneo, nominalista, humorístico- parece no ser tanto idiosincrasia nacional como herencia humanística.
Recordemos que para W. R. Sorley la filosofía inglesa es uno de los resultados de ese despertar del espíritu europeo conocido con el nombre de Renacimiento.[83] A lo que añade Luis Farré –que por la fecha, lugar y tema de esta publicación seguramente fue leído por Borges- que “la cultura humanística ha marcado la formación y el desarrollo de una filosofía con caracteres que se destacan como propios.”[84] Tanto es así que, después de un primer influjo cartesiano, siguió un curso independiente: Spinoza y Leibniz apenas despertaron su interés[85]. Aunque esa indiferencia hacia estos grandes pensadores pudo significar en un primer momento una pérdida lo cierto es que acabó dando “libre curso a los trabajos originales”[86] y convirtió la tradición inglesa en refugio de un espíritu humanista, pluralista y escéptico, que la modernidad eliminó.
El conocido filósofo de la ciencia, Stephen Toulmin, narra en su libro Cosmópolis. El Trasfondo de la Modernidad, el proceso de agotamiento del espíritu humanístico por parte de la Filosofía moderna. Es en cuatro aspectos fundamentales que los filósofos del siglo XVII arramblaron con las viejas preocupaciones del humanismo renacentista:
1.- De lo oral a lo escrito: “la retórica deja paso a la lógica formal.”[87]
2.- De lo particular a lo universal: se produjo un cambio en el alcance de la filosofía. “Los casos concretos dejaron paso a los principios generales”[88]. Se proscribió de la filosofía la casuística y la pragmática.
3.- De lo local a lo general: así como los humanistas del siglo XVI encontraban una importante fuente de material en la etnografía, la geografía y la historia, disciplinas en las que el método de análisis geométrico no tiene demasiado predicamento y así “la diversidad concreta dejó paso a axiomas abstractos.”[89]
4.-De lo temporal a lo atemporal: el ideal humanístico de sabiduría era práctico, sus modelos eran la medicina y el derecho. Para estas disciplinas el tiempo es esencial para el estudio de cada caso que debe ser dilucidado, como decía Aristóteles, pros ton kairon, es decir, según lo exija la ocasión. Sin embargo “a partir de la época de Descartes, la atención se centra en principios atemporales que rigen para todas las épocas por igual, de manera que lo transitorio deja paso a lo permanente.”[90]

Así pues, se abandonaron las características más destacables del humanismo renacentista: la tolerancia a la pluralidad, ambigüedad y falta de certeza resultantes. Justamente este respeto de los humanistas a la complejidad y diversidad había llevado a muchos de estos “filósofos” a adoptar actitudes de puro escepticismo. El ejemplo paradigmático de dicha actitud es el Montaigne de la Apología de Raimundo Sabunde. No deberíamos, sin embargo, intentar reducir a una sola fórmula el escepticismo humanístico del siglo XVI ya que éstos nunca pretendieron rechazar posturas filosóficas rivales, pues, según ellos, éstas no se dejaban ni probar ni refutar: “Se trataba, más bien, de ofrecer una nueva manera de comprender la vida y los motivos humanos: al igual que Sócrates mucho tiempo atrás, y que Wittgenstein en nuestra época, enseñaron a los lectores la lección de que las teorías filosóficas superan los límites de la racionalidad humana.”[91]

Lo cierto es que la tradición filosófica inglesa conservó, de algún modo, dicho espíritu humanístico mientras que la tradición, llamémosla, continental se hizo racionalista, propiamente moderna. Borges es, a través de su herencia inglesa, uno de los eslabones ocultos de la tradición humanística y escéptica a la que, según Toulmin, pretende regresar la posmodernidad.
Son muchos los estudios que relacionan a Borges con la posmodernidad pero no hay ninguno que trate de explicar de dónde hereda Borges esas características que le son tan atractivas a la posmodernidad. En Ficciones de una crisis, José M. Cuesta Abad ve la obra de Borges como la expresión de una crisis lingüístico-filosófica que parece haber tenido lugar sólo en el siglo XX. En el capítulo “Genealogía premoderna de la posmodernidad” no se hallan, como era de esperar, las raíces de la posmodernidad borgeana en la famosa crisis lingüístico-filosófica del siglo XVI conocida como la “crisis pirrónica”[92] sino en las doctrinas herméticas, esotéricas, judeo-cristianas, barrocas “o en las formas renacentistas y hasta ilustradas de pensamiento hermético underground”[93]

Me parece más acertado decir que Borges pertenece a una milenaria tradición escéptica que renació en el humanismo del XVI y que, tras ser arrinconada en el continente por la modernidad, perduró en el espíritu de una filosofía inglesa que él siente como suya. Siendo la posmodernidad una reacción contra ciertos excesos del racionalismo matematizante moderno resulta evidente que sus armas hayan de ser escépticas: duda, paradoja, deconstrucción[94] etc. Borges les ofrece a los escritores posmodernos todo un arsenal de argumentos escépticos que lo van a convertir en centro de referencia tal y como le sucedió a Montaigne con los pirrónicos del XVII y a Sexto Empírico con los pirrónicos del XVI.

Adriana Trujillo
17863740
CRF